Llegué a Colmenar el 15 de Enero de 2014 a través de una solicitud que me hicieron para colaborar durante unos meses en la Residencia Nuestra Señora de la Soledad y del Carmen. Este hecho enriqueció mi ser a través de nuevas experiencia de encuentro.
Venía con toda la ilusión de compartir con los residentes mi propia vida. Este cariño por los mayores, por los que sufren, por los más necesitados. Ser sensible a las necesidades de los otros, lo aprendí en mi familia y luego encontré en la Congregación de las Misioneras Hijas del Calvario el cauce, que me ha permitido vivirlo como misionera en Colombia en diferentes situaciones de pobreza y marginación.
Cuando la gente conoce que eres misionera te admiran y te dicen:” ¡Qué valiente! Pobrecita, cuantas penalidades te habrá tocado pasar”… Y no sé cómo explicarles que de las penalidades poco me acuerdo y que he disfrutado y gozado mucho en estas experiencias de encuentro. Porque siempre vamos con el deseo de dar y entregarnos, pero siempre es más lo que se recibe que lo que se da.
Así ha sido también en la Residencia de la Soledad. Cuando inicié me decía a mí misma “en tan poco tiempo ¿cómo me voy a aprender el nombre de 80 residentes?”... y no sólo he aprendido el nombre sino que he ido conociendo un poco el misterio maravilloso de sus personas y ellos de mi persona. Un conocimiento y un encuentro que no se pueden forzar, pero que se van dando poco a poco. Me he encariñado con ellos y ellos me han dado mucho amor, sonrisas, palabras amables y reconocimiento (cada uno de diferente manera). Y no sólo eso, he aprendido a través de ellos cómo se puede vivir con ánimo, con ilusión, con mucha paz y esperanza esta nueva etapa de la vida a la que todos iremos llegando.
El encuentro no se puede forzar, unos te acogen desde el primer momento en que te ven, otros, más encerrados en sí mismos te rechazan o no desean que les des un beso o un apretón de manos. Entonces les dices… “Bueno, ¿al menos quieres recibir solo un saludo? Me aceptas el saludo…” y por ahí vamos encontrándonos… Más adelante te saludan con la mejor de sus sonrisas en cuanto te ven… ¡Qué alegría!. Nos vamos reconociendo respetando la autonomía de cada cual. Algunos no pueden hablar, pero a través de sus gestos vas reconociendo su aceptación o su rechazo y poco a poco nos vamos haciendo amigos.
No hacen falta grandes discursos, una palabrita amable, un saludo, escuchar la historia que te cuentan, aunque a veces sea repetida… Ellos son muy sensibles y sumamente agradecidos por estos pequeños gestos: “¡Qué maja eres!” “¡Qué bien has hecho esto o aquello!”, “¡No te vayas!”… Y tú,¿ cómo no te vas a sentir bien con todas estas sonrisas y piropos?
También ellos entre sí se sienten familia, una nueva familia. Se saludan y se ayudan unos a otros en medio de sus limitaciones, se preocupan cuando uno empeora de salud o es trasladado al hospital, se alegran y se felicitan en los cumpleaños, cuentan cómo les ha ido cuando salen a pasear… Y esa familia crece porque cuando son visitados por familiares, amigos o voluntarios se forman corrillos en las diferentes salas de reunión donde se comparte la alegría del encuentro entre todos.
En ellos hay mucha vitalidad, aunque sus fuerzas físicas se vayan debilitando. Con ellos aprendes a mirar esta etapa de la vida con naturalidad, como ese proceso de crecimiento que se va dando en toda la naturaleza para desaparecer y brotar de nuevo en esa vida nueva y plena de la Resurrección.
Algunos van perdiendo la cabeza y vagan sin sentido, otros tal vez gritan por algo que les pone nervioso, o se irritan, pero los demás, con un gran sentido común, entienden estas nuevas situaciones que se van dando.
Y cómo disfrutan tantas actividades internas y externas: el baile de los viernes en la tarde, las fiestas de disfraces, las fiestas populares de Colmenar, donde los colmenareños comparten con sus mayores haciéndoles partícipes, en dosis más pequeñas, aquello que se vivirá en grande en la plaza mayor. Las salidas a Madrid, a Nuestra Señora de los Remedios, a compartir con los niños pequeños las experiencias escolares antiguas y actuales (qué bien se entienden los mayores y los pequeños, cómo disfrutaron ambos, qué ilusión la de los pequeños al recibir como regalo de los Residentes una pequeña pizarra con tiza en la que podían escribir y borrar…). No, la vida de la Residencia no es aburrida. Los residentes gozan y todos los que nos acercamos a ellos disfrutamos con ellos y con su alegría.
A los residentes, a su familia, a los voluntarios, a las hermanas, a los sacerdotes con el padre Iñaki a la cabeza, a todos los trabajadores, con Ángel, su director al frente, muchas gracias por su acogida y cariño, que Dios les bendiga a todos. Siempre les recordaré y estarán presentes en mi oración, cuento también con sus oraciones.
Finalmente les comparto este texto de un libro que estoy leyendo: “El hombre se encuentra a sí mismo, solamente en el encuentro con un tú, con un tú de un hombre o con un Tú de Dios. El encuentro es un acontecimiento que transforma a aquellos que se encuentran. Después de un encuentro pasamos a ser diferentes de como éramos antes. Pero el proceso de encuentro no es fácil de aprender conceptualmente. Es un misterio. En un encuentro verdadero llego siempre al misterio de mi propia vida, al misterio del otro, al misterio de Dios.” (“La oración como encuentro” Anselm Grüm).
Hna. Casilda