Sin duda, Carmen no tiene un significado cualquiera. Hablamos de bellos lugares, de advocaciones, de literatura, de poesía, de música y de cine. Pero Carmen es eso y mucho más, en nuestro caso y memoria, nombre inagotable llamado a dar las mejores flores en los Cármenes del mundo.
Carmen, flor vasca, ¡Jardín de Dios! Flor fresca en las misiones de África, flor madura en el Calvario de Jerusalén, flor sabia en su vuelta a la vieja España, flor perenne, desde ahora, en tierras de leyenda y de grandes santos: Burgos.
Siempre de blanco, siempre sirviendo y siempre amando. ¡Carmen! Gran señora y mejor religiosa. “Historia de una monja”, sí, de una flor que descansa en el Jardín de Dios.
Ignacio Luis de Orduña Puebla
Admirador de su Jardín

Han sido 15 días, pocos, pero muy intensos, los que hemos vivido en esa Residencia, desde que llegamos el día 6 de noviembre, procedentes de un hospital, con nuestra madre Jacinta,(Jacin, como la llamaban los que más la conocían), muy malita.
Con el fallecimiento reciente de nuestra madre, y el de nuestro padre ocurrido hace casi tres años, se cierra definitivamente un capítulo de nuestras vidas que ya no se volverá a abrir salvo en el ámbito de la memoria, ese espacio singular en el que lo vivido adquiere tantos matices, que se hace difícil discernir que fue real y que imaginado. Así que no es fácil mirar hacia atrás para escribirlo después.
¡Hola, mamá! Son las 5.30 de la tarde y aquí estoy cumpliendo el ritual de los últimos cinco años. No, no he bajado a la Residencia. He entrado allí tres veces desde que tú te fuiste y he sentido unos escalofríos extraños, una sensación de vacío existencial, que me encoge el alma. Así que, como ahora te tengo continuamente a mi lado, aprovecho esta soledad de mi estudio para comentarte alguna de tantas y tantas cosas que, por una u otra circunstancia, fui aplazando, inconsciente de la fugacidad del tiempo que nos envuelve.
Despertar y pensar que estarás en la mesa del Señor, como tantas veces quisiste, nos alegra a todos.